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El Mirador de Dios

Publicado: 2011-11-08

De cómo un humilde niño norteño llegó a ser físico nuclear

A mediados del año 1957 empecé a sentir una atracción por el mar. En la límpida arena frente al Hotel de Turistas de Chimbote, me golpeaba una inquietud ¿Cómo es que las olas llegan hasta nosotros, cuán lejos habrán viajado? Regresaba a mi casa, en la colina del barrio "Bolivar", pegaba mis orejas a la arena y escuchaba los rítmicos golpes de las olas sobre la alejada playa. ¿Nos querrán decir algo, traerán un mensaje? Desde mi casa podía ver el mar, unas 15 cuadras abajo, en línea recta. ¿Llegarán alguna vez las olas hasta nosotros? Miles de preguntas hervían en mi mente.

Como podía, ayudaba a mi padre, Álvaro, en la construcción de nuestra casa, en un terreno que una noche armados de valor invadimos. Al hacer las excavaciones para colocar las bases de la casa, nos encontramos con esqueletos y cerámicas. "Son de gentiles", me decía mi padre. Restos de gente que vivió hace siglos en esos arenales. Entonces empecé a buscar esqueletos y cerámicos, en especial en la parte superior del cerro más cercano. Encontré adobes y una enorme huaca, desde donde se dominaba la bahía, que brindaba un espléndido paisaje. Bonito sitio para vivir. De hecho, parecía que los antiguos escogían sitios con las mejores vistas para instalarse. Cuando los vecinos supieron de los adobes, éstos fueron a parar en las construcciones de las primeras habitaciones del barrio "La Esperanza".

A mis siete años andaba siempre buscando curiosidades, y había tantas en la bahía. Parecía un paraíso para los niños. Cuando jugábamos al fútbol en la arena, descalzos, siempre nos tropezábamos con esqueletos. Entonces, me empezó un temor: que esa genta haya sido arrasada por olas gigantescas, olas que pudieran regresar.

A principios del año 1958, mi madre, que nunca se acostumbró lejos de su terruño, regresó conmigo a Salpo, un pueblo de la sierra de la Libertad, a 3,600 msnm. Lluvia, rayos y truenos nos ofrecieron una ruidosa recepción. Estos fenómenos, inexistentes en Chimbote, atizaron el fuego de la curiosidad que si no la aplacaba resonaban en mi cráneo hasta producirme ansiedad.

Tuve suerte. Fui el primer hijo, y el único hasta mis ocho años, de la única mujer de diez hijos de mi abuelo. El abuelo adoraba a su hija Clarita, por lo que se dedicó mucho al nieto que le dio. Me enseñó sobre el origen de las lluvias, a reconocer cuando se acercaban, cuando iban a venir acompañados de rayos y truenos.

Estaba orgulloso de mi abuelo. Lo veía como un sabio de mil años, que sabía qué pasó desde los orígenes de la vida, que tenía sus sembríos en los lugares más hermosos de Salpo. El más bello que conocí el año 1958 fue el cerro Cuydista, cuya cima era llamada “La Calva”. Desde este punto se avistaba el mar, a 70 km en línea recta a lo largo de un profundo valle. Desde allí observamos fenómenos ópticos extraordinarios, cuando el Sol se ponía. El abuelo me pedía sentarme a su lado.

Nuestros antepasados vivieron aquí, hemos heredado estos lugares ricos y bien situados; Puedes ver el mar y la ciudad de Trujillo en una noche clara - me decía. La primera noche que se anunciaba sin nubes le pedí quedarnos. Una visión casi irreal. Trujillo parecía una nube de luz. Con un "larga vistas", pudimos distinguir las líneas de las calles, formadas por el alumbrado público. Yo vivía embelesado de todo lo que observaba. De ese mismo lugar, esa misma noche, vimos en el cielo azul el cinturón luminoso de la Vía Láctea. Y algunas formaciones conocidas de estrellas.

Ya desde el balcón de la casa, con una vista a la sierra vecina de Otuzco, nos sentábamos sobre un tronco. Su poncho y su sombrero daban a mi abuelo una imagen solemne y eterna. "No nos iremos a dormir si no vemos una estrella fugaz" me retaba de tiempo en tiempo. Solo una noche nos quedamos sin dormir.

En mayo de 1959, mi abuelo me anunció un paseo muy especial. Iríamos al cerro Ragash (aproximadamente 4,000 msnm.), que en realidad era la cima del cerro en cuya falda está situado el pueblo de Salpo. Es el punto más elevado de la región. Llegué a duras penas. La cuesta era empinada. Allí mi abuelo tenía un terreno sembrado de papas. ¿Cómo era que mi abuelo tenía un terreno en el punto más alto de la Región, además de los terrenos de "La Calva" donde había restos de construcciones de "gentiles"? A ratos yo pensaba que el había vivido siempre por esos lares, o que era heredero de los antiguos sabios.

Desde el Ragash, la vista fue aún más espectacular. Mira hijo, mira hacia el Sur. ¿Ves algo en particular? – me preguntó a boca de jarro.

Vi unos pequeños cerros blancos en la lejanía. Con el "larga vista" quedé impresionado. Eran unas verdaderas montañas heladas, brillantes, luminosas.

El calmadamente me dijo: "Es la cordillera blanca, con el pico "El Huascarán" mucho más alto que nuestro pequeño Ragash. Son tan altos esos cerros que el frío los ha convertido en nevados. Si observaras con mayor cuidado cada día del año, descubrirás que en un año cambian algo de forma, se derriten un poco y luego se recuperan."

Lo increíble del paseo es que de ese mismo punto, se observa también Trujillo, la puesta del Sol. El abuelo era propietario de los puntos con las mejores vistas. Me sentí orgulloso de ser su nieto.

"Salpo es el mirador de Dios" – me dijo, palmeándome cariñosamente la espalda. Además, este cerro tiene oro. No podía ser de otra manera, para un mirador divino. Por eso también se llama "balcón de oro".

Ahora, con los años, para mi, Salpo es "el observatorio" que todo niño debería conocer (los niños pueden acompañarme con sus padres cada 1ero de mayo. Ver)

Ahí nace una curiosidad intensa, invasiva, que no te abandona más. Lo que viví, sin saberlo, fue mi primer contacto con la ciencia, la verdadera ciencia, no la de pizarra y fórmulas, que ahora equívocamente le llaman ciencia.

Lo que les he contado es solo una parte de mi experiencia. El abuelo José me hizo partícipe de los experimentos de biología vegetal y animal que despertaron en mí una curiosidad hasta ahora insatisfecha por los fenómenos de la vida. También me llevó a las minas, de donde la gente salía moribunda con silicosis. Pero eso les contaré en siguientes nota.


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Modesto Montoya

Un colaborador de lujo de Sophimania.pe